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Introducción a la traducción médica



A lo largo de algunos años de experiencia como traductora especializada, he logrado adquirir infinidad de conocimientos, desde términos especializados a estilos de redacción, pasando por consideraciones culturales o herramientas informáticas. Gran parte de esa gran variedad de conocimientos la he ido cosechando principalmente en el área de especialidad que, por avatares del destino, es la que domino en mayor medida y la que hace que me sienta más cómoda en el trabajo diario: la traducción médica. Por este motivo y desde esta empresa de traducción, me he decidido a centrar esta y futuras publicaciones en aquello en lo que me siento más preparada. Así, ha surgido una serie de artículos relacionados con la traducción médica que pretenden ser un soporte válido para los traductores que empiezan y desean especializarse, como yo, en el campo de las ciencias de la salud. Este primero es una mera introducción al campo, amplio como pocos, pero si me visualizo años atrás delante de los primeros textos médicos que debía traducir —grandes retos para mí—, habría agradecido enormemente disponer de reflexiones y detalles, por básicos que puedan parecer, que me ayudasen a ir creciendo como traductora. Espero que os sirvan de ayuda, vamos a empezar con esas nociones preliminares…

 

medicina.

(Del lat. medicīna).


f. Ciencia y arte de precaver y curar las enfermedades del cuerpo humano.


 

Una definición muy breve para la extensa amplitud del concepto, pues ese «arte de precaver y curar las enfermedades» sin duda no se circunscribe a una única área del saber, sino todo lo contrario: abarca innumerables áreas y disciplinas afines, estrechamente relacionadas entre sí. No solo las diversas especialidades médicas —como la pediatría, la cirugía o la radioterapia—, también otras ciencias vinculadas —como la bioquímica, la microbiología o la farmacología—.


A partir de esto podemos deducir que la traducción médica —rama de la traducción que da respuesta a las necesidades comunicativas surgidas en el campo de la medicina— engloba igualmente un campo inmenso, mucho más amplio de lo que un traductor, por muy especializado y preparado que esté, puede abarcar. Entonces, para satisfacer las exigencias de este tipo de traducción especializada, todo buen traductor médico, aparte de dominar el par de idiomas de trabajo —algo que se le presume—, debe conocer el tema tratado en la medida de lo posible y compensar la carencia en términos de conocimiento del tema con otros medios, como disponer de acceso a recursos lingüísticos actualizados (diccionarios y otras obras de consulta) y estar dispuesto a dedicar mucho de su tiempo a tareas de documentación e investigación.



Además de extensa, la medicina es indudablemente una de las ramas más antiguas del saber humano y parte de la terminología médica que utilizamos hoy en día (tanto en inglés como en la mayoría de los idiomas occidentales) es el legado de veinticinco siglos de historia. Así, en el corpus terminológico médico actual, conviven términos de procedencia griega y latina que se remontan al siglo V a. C. —como carcinoma, arteria o trombo— y términos de nuevo cuño, creados a medida que se descubren o inventan los conceptos, técnicas, enfermedades, etc. a los que hacen referencia —como SIDA, gammagrafía o rayos X—.


Los textos médicos pueden ser de muy distinto tipo y adoptar numerosas formas: recetas, prospectos, instrucciones de uso de dispositivos médicos, protocolos de ensayos clínicos, artículos de revistas médicas, anuncios publicitarios de medicamentos, consentimientos informados de pacientes, historias clínicas, libros de texto especializados, software y manuales de instalación de equipos hospitalarios, patentes, etc. El registro y el estilo utilizados en cada caso varían en función del tipo de texto y del destinatario de este. El estilo utilizado en un anuncio de televisión de un analgésico no será el mismo que el empleado en el prospecto de ese mismo analgésico; de forma similar, el registro utilizado en un formulario de consentimiento informado dirigido a los pacientes participantes en un ensayo clínico no será igual que el utilizado en el protocolo de ese mismo ensayo clínico, en esta ocasión dirigido a los médicos.


No obstante los distintos tipos de texto, los tres rasgos comunes principales de la redacción médica —y, por extensión, de la traducción médica— son la veracidad, la precisión y la claridad. Los textos médicos pertenecen al género discursivo científico; presentan temas extremadamente especializados que tienen como única finalidad informar, de manera que deben ser impersonales, objetivos y claros. Emplean el denominado «lenguaje científico», en el que no hay cabida para los sentimientos ni la opinión personal y que se caracteriza por la ausencia absoluta de subjetividad y connotación. Dado que la ciencia exige una objetividad extrema, debe utilizar un lenguaje que evite cualquier posible ambigüedad.



En lo que respecta a la traducción, mención especial merecen todos aquellos textos médicos que están sujetos a aprobación por parte de autoridades reguladoras (como la FDA estadounidense o la EMA europea). La estructura, redacción y precisión de estos textos, de los que hablaremos en una ocasión futura, son aspectos estrictamente regulados y supervisados por la autoridad competente en cada caso y no pueden escapar de lo establecido. Es el caso, por ejemplo, de las fichas técnicas de los productos sanitarios que pretenden comercializarse en un mercado determinado, acompañadas de los respectivos prospectos y etiquetas, que no solo deben ajustarse con exactitud a una serie de normas de estructura y redacción muy concretas para obtener la aprobación de la autoridad reguladora competente, sino que además tienen que traducirse necesariamente. Dicho esto, la traducción médica es un campo de la traducción especializada en constante crecimiento, impulsado en parte por esta obligación, impuesta por las autoridades, de traducir determinados documentos.


La traducción de textos médicos plantea al traductor dificultades y desafíos que podríamos clasificar en dos categorías: dificultados generales —inherentes a toda traducción de una lengua a otra, por ejemplo, entre el inglés y el español, el uso o abuso de la forma pasiva, los falsos amigos, las diferencias en el uso del artículo determinado, etc.— y dificultades específicas, que incluyen entre muchas otras:


  • Mayor admisibilidad en el inglés en lo que respecta al uso combinado en un mismo documento de terminología técnica médica y terminología menos técnica.

  • Mayor empleo en español de las marcas comerciales de los fármacos en contraposición con el inglés, que utiliza con más frecuencia los nombres de los compuestos químicos.

  • Uso frecuente en inglés de secuencias de palabras separadas por guiones (función adjetiva) en lugar de frases completas; por ejemplo, low-birth-weight infants, que es «neonatos con bajo peso al nacer».

  • Uso de términos del lenguaje común que, en un contexto médico, adquieren un significado totalmente distinto; por ejemplo, el término inglés discharge, que en el lenguaje común significa «descarga», en medicina es «secreción» o «dar de alta».

  • Presencia excesiva de anglicismos innecesarios en las traducciones científicas. El hecho de que el inglés sea «la lengua de la ciencia» hace que los científicos e investigadores hispanohablantes tengan que leer y consultar las publicaciones más importantes de su campo de conocimiento en inglés, pues la inmensa mayoría de ellas están escritas originalmente en este idioma. Esto propicia que se familiaricen con los términos ingleses hasta el punto de asimilarlos y emplearlos ellos también, lo que no hace sino que el error se multiplique. Algunos ejemplos son las traducciones directas pero erróneas de los términos ingleses severe, invasive, fatal o murmur.


No voy a extenderme más por ahora, creo que os podéis hacer una idea de lo que pretendo transmitir en esta serie de artículos. Espero vuestros comentarios y aportaciones, sobre todo si hay algún tema o aspecto en el que os gustaría que profundizase. Hasta la próxima.

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